Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo nació el 24 de agosto de 1899.
Era hijo de Jorge Guillermo Borges, un abogado y profesor de psicología con aspiraciones literarias y de Leonor Acevedo Suárez, uruguaya, traductora.
En Buenos Aires publicó en la revista Cosmópolis, fundó la revista mural Prisma (de la que sólo se publicaron dos números) y también publicó en Nosotros, dirigida por Alfredo Bianchi.
En 1923 Borges publicó su primer libro de poesía, Fervor de Buenos Aires. Instalado definitivamente en su ciudad natal a partir de 1924 publicó Luna de enfrente e Inquisiciones.
En 1983 visitó España por última vez para recibir la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio y participó en los cursos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. En París, el presidente Miterrand le hizo entrega de la Legión de Honor.
Fueron los últimos años de viajes ya que a finales de enero de 1986 fue internado en el Hospital Cantonal de Ginebra. El 14 de junio murió en Ginebra. Fue enterrado el cementerio de Plainpalais.
EL TAMAÑO DE MI ESPERANZA
(FRAGMENTO)
JORGE LUIS BORGES
A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en esta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados natos es esta, de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno: ellos son los griegos de veras, autorícelos o no su sangre, y con ellos no habla mi pluma.
Quiero conversar con los otros, con los muchachos querencieros y nuestros que no le achican la realidá a este país. Mi argumento de hoy es la patria: lo que hay en ella de presente, de pasado y de venidero. Y conste que lo venidero nunca se anima a ser presente del todo sin antes ensayarse y que ese ensayo es la esperanza. ¡Bendita seas, esperanza, memoria del futuro, olorcito de lo por venir, palote de Dios!
¿Qué hemos hecho los argentinos? El arrojamiento de los ingleses de Buenos Aires fue la primera hazaña criolla, tal vez. La Guerra de la independencia fue del grandor romántico que en esos tiempos convenía, pero es difícil calificarla de empresa popular y fue a cumplirse en la otra punta de América. La Santa Federación fue el dejarse vivir porteo hecho norma, fue un genuino organismo criollo que el criollo Urquiza (sin darse mucha cuenta de lo que hacía) mató en Monte Caseros y que no habló con otra voz que la rencorosa y guaranga de las divisas y la voz póstuma del Martín Fierro de Hernández. Fue una lindísima voluntá de criollismo, pero no llegó a pensar nada y ese su empacamiento, esa su sueñera chúcara de guachón, es menos perdonable que su Mazorca. Sarmiento (norteamericanizado indio bravo, gran odiador y desentendedor de lo criollo) nos europeizó con su fe de hombre recién venido a la cultura y que espera milagros de ella. Después ¿Qué otras cosas ha habido aquí? Lucio V. Mansilla, Estanislao del campo y Eduardo Wilde inventaron más de una página perfecta, y en las postrimerías del siglo, la ciudá de Buenos Aires dio con el tango. Mejor dicho, los arrabales, las noches del sábado, las chiruzas, los compadritos que el andar se quebraban, dieron con él.
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