Octavio Paz
Octavio Paz Lozano, nació en la Ciudad de México, el 31 de marzo de 1914 fue un poeta, escritor, ensayista y diplomático mexicano.
Además obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1990 y es considerado uno de los más influyentes escritores del siglo XX así como uno de los más grandes poetas hispanos de todos los tiempos.
El joven Paz sentía especial predilección por la de literatura hispanoamericana, que impartía Carlos Pellicer con una voz como venida de ultratumba, decía Paz.
Sus ensayos nos invitan a reflexionar sobre la idiosincrasia de la identidad nacional, otros tocan temas tan diversos como el amor, la poesía, entre otros.
A partir de su ensayo "Laberinto de la soledad", publicado en 1950, Octavio Paz se convierte en una voz buscada en México, aunque se inicia antes.
Paz escribe poesía desde niño y reflexiones de tipo ensayístico desde la adolescencia.
Idiosincrasia: manera de ser.
MÁSCARAS MEXICANAS
(FRAGMENTO)
OCTAVIO PAZ
Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me parece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro, máscara la sonrisa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación. Tan celoso de su intimidad como de la ajena, ni siquiera atreve a rozar con los ojos al vecino: una mirada puede desencadenar la cólera de esas almas cargadas de electricidad. Atraviesa la vida como desollado; todo puede herirle, palabras y sospecha de palabras. Su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arco iris súbitos, amenazas indescifrables. Aún en la disputa prefiere la expresión velada a la injuria:
al buen entendedor pocas palabras. En suma, entre la realidad y su persona se establece una muralla, no por invisible menos infranqueable, de impasibilidad y lejanía. El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos, también, de sí mismo.
El lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos del exterior: el ideal de la hombría consiste en no rajarse nunca. Lo que se abren son cobardes. Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos, abrirse en una debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse, humillarse, agacharse, pero no rajarse, esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad. El rajado es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe. Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica es su sexo, en su rajado, herida que jamás cicatriza.
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